Gustavo Codas
“En Brasil, los liberales son fascistas de vacaciones”
Alipio Freire, São Paulo, 1984
La reciente elección de Jair Bolsonaro para presidente de Brasil en octubre 2018 se suma a la de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2016, en lo que parece indicar un giro reaccionario en la coyuntura hemisférica e internacional. En este artículo se analiza la política brasileña desde una perspectiva latinoamericana. Su conclusión es que en un capitalismo en profunda transformación y crisis, hay un impasse de la hegemonía neoliberal al que el gran capital responde con estrategias neofascistas. En Brasil eso se tradujo en una crisis del régimen político fundado treinta años atrás por la Constituyente de 1988. Eso es señal de debilidad, no de fortaleza, de la estrategia del capital. A depender de la respuesta de las izquierdas.
El principal resultado político de la elección brasileña del 2018 no fue la derrota del PT. Su candidato, Lula, no pudo asumir la postulación porque una maniobra judicial lo quitó de la corrida, lo metió preso y para evitar que ayude al que lo substituyó, le prohibió dar declaraciones públicas durante la campaña. Según todas las encuestas – todas! – si Lula hubiera sido el candidato, tenía las mayores chances de ganar la puja. El PT fue derrotado estrategicamente en 2015-16, lo ocurrido en 2018 fue apenas su corolario político electoral.
El resultado más impactante fue la derrota de las fuerzas de centro y centro-derecha del espectro político brasileño. Esas gobernaron desde la transición democrática en mediados de los años 1980 hasta el final del ciclo neoliberal en 2002. Después, su principal representante, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) fue derrotado en cuatro oportunidades por el PT (dos veces con Lula, 2002 y 2006, dos con Dilma, 2010 y 2014). Esas fuerzas de centro-derecha solo llegaron al comando de la Nación gracias al golpe de estado del 2016 que llevó al que fuera vice de Dilma, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), a la titularidad en una maniobra liderada por el PSDB para quitar al PT del gobierno. Lo nuevo ahora es que hasta 2018 la extrema derecha tenía que mimetizarse en el centro y centro-derecha. Ahora los lidera.
Quien despertó al monstruo fueron los derechistas moderados. En 2010 el candidato del PSDB José Serra, para intentar derrotar a Dilma, agitó la agenda ultraconservadora antiabortista. No lo consiguió. En 2014, Aecio Neves, del mismo partido, enfrentó la reelección de Dilma denunciándola como parte de una organización criminal y no un partido político. Derrotado buscó primero medios legales para desconocer el resultado. Después impulsó todo tipo de boicot para impedir que gobernara.
Hubo una quiebra del pacto impulsado en la transición democrática de la década de 1980. Por primera vez desde 1989, cuando las elecciones democráticas volvieron al Brasil, las fuerzas derrotadas no aceptaban el resultado. Accionaron al Poder Judicial, la policia federal, la fiscalía, el Congreso Nacional, los medios de comunicación de masas, las organizaciones patronales, que junto con movilizaciones callejeras, primero bloquearon la capacidad de acción del gobierno Dilma y en seguida dieron un golpe de estado exitoso manipulando la figura constitucional del “impeachment” (juicio político).
El golpe fue posible porque en 2015-6 se combinaron dos factores. Una campaña orientada a desgastar al PT y sus líderes bajo la acusación de corrupción. La misma se había iniciado em 2006 y venía en aumento. Pero partir de 2014 llegó a un punto de saturación con lo que se conoció como “Operación Lava Jato” buscando llegar directamente a Lula. Y aunque no consiguieron pruebas, lo condenaron con base a “convicciones”.
El otro factor fue la desestabilización económica provocada por las presiones de los capitales y por una mayoría reaccionaria formada en la Cámara de Diputados. A finales de 2014 el intento de Dilma de aplacar al capital y a la derecha nombrando a un Chicago Boy ministro de Hacienda tuvo el efecto contrario: les animó a ir hasta el final que veían cercano. Y junto a la mayoría de la población que acababa de votarle provocó el quiebre de expectativas,. Le habían apoyado justamente porque en su mandato se había hecho lo contrario a las recetas neoliberales – se había defendido el empleo, la salud y educación públicas, las empresas estatales, la soberanía nacional, etc. Esa reversión provocó una caída a pique de la imagem de la presidenta.
La derrota del PT ocurrió en 2015. Se consumo en el golpe de estado en 2016 y se tradujo en la prisión y impedimento de la candidatura Lula en 2018. Hubo un cambio de régimen político. En una democracia bajo estado de excepción en los hechos, las fuerzas democrático populares no podían ganar elecciones a nivel nacional. Hubo una ausencia de estrategia por parte del PT y las izquierdas capaz de enfrentar la ofensiva de la derecha.
Ocurrió en Brasil el llamado fin del “ciclo progresista”? Hay que matizar el análisis. Bajo la superficie de la normalidad del calendario electoral hubo una crisis de régimen político. Y esa crisis plantea una encrucijada que se expresó en las intenciones de voto por Lula y Bolsonaro, con un sector expresivo que al no poder votar por el primero, votó al segundo, con la idea de ser “el voto antisistema”. Ganó la extrema derecha, pero podría haber ganado la izquierda. Fue victoriosa la primera sin un proyecto articulado ni previamente legitimado. Lo tratará de hacer sobre la marcha. Podría haber ganado el petista con un proyecto en impasse. Es difícil prever lo que hubiera hecho desde la presidencia y cómo.
Sobre los escombros del Estado fundado en la transición democrática treinta años atrás la extrema derecha victoriosa electoralmente está buscando impulsar una constituyente de facto, sin participación popular. Buscarían la transformación del régimen brasileño en Estado policiaco, bajo el comando del ex-juez Sergio Moro, lo que sería suficiente para su cruzada contra las izquierdas y los movimientos sociales, mientras implementan su programa económico ultraliberal.
Sobre ese mismo escenario en ruinas de la República qué hubiera hecho Lula? En la plataforma que fue preparada por el partido para su candidatura, bajo su supervisión, se afirmaba que su victoria abriría un proceso constituyente (2), con amplia participación popular, para la transformación democrática. De hecho, su victoria habría provocado un estruendo político-social y abierto un escenario de múltiples posibilidades, para avanzar en una revolución democrática – como pregonaba su programa desde la campaña desde 1994 y cuyo horizonte se perdió con la gestión de gobierno después de 2003. Con la derrota electoral de las izquierdas lideradas por el PT la urgencia política ahora es otra: la resistencia democrática y popular frente al neofacismo que se apoderó de casamatas importantes del Estado brasilero y cuyo discurso tiene eco en sectores amplios de la población, incluso entre los pobres .
En este artículo seguidamente analizamos primero la estrategia de la extrema derecha que resultó victoriosa. Después se vuelve sobre los pasos de la izquierda desde la preparación de la victoria de la candidatura Lula en 2002 para entender sus principales impasses. Para, finalmente, discutir los desafíos para una contraofensiva progresista.
La larga marcha “gramscista” de la extrema derecha
La construcción del bloque de extrema derecha brasileña, el bolsonarismo, aunque tiene ribetes de golpes de suerte, es resultado de una larga construcción que no había sido detectada correctamente, aunque desde el 2013 ya era parte del paisaje político nacional (3).
Consiste en la confluencia de las siguientes vertientes políticas: políticos y pastores evangélicos fundamentalistas (bancada de la “biblia”); nuevos grupos de extrema derecha que impulsados con dinero de fundaciones ultraliberales norteamericanas ganaron espacios públicos desde la crisis política del 2013; fuerzas identificadas con agentes de seguridad del estado (bancada de la “bala”), que operan en las orillas de la ley, cercanos a escuadrones de la muerte y algunos casos a “milicias” (policías que disputan negocios ilegales con los narcos); diputados y líderes gremiales del agronegocio capitalista (bancada del “buey”); a los que finalmente se les sumaron militares en la activa y de la reserva que reivindican un relato nacional-patriótico de las intervenciones de las Fuerzas Armadas en la política, notadamente durante la dictadura de 1964-85.
Además de esos sectores, hay que destacar que cuando en 2018 los CEO de grandes empresas y los banqueros vieron que era la extrema derecha que podría derrotar al PT, abandonaron al candidato del PSDB, un político de centro-derecha, y se volcaron entusiastas a apoyar la candidatura de aquella con un argumento fuerte: solo un “Pinochet” (o sea, Bolsonaro) podría impulsar el programa económico que ellos cobraban se aplique (lo que la indicación de Paulo Guedes como superministro de economía les garantizaba).
Su cohesión en torno a Bolsonaro les viene de la certeza de que juntos son capaces de derrotar al PT y al bloque de izquierdas y de que con él en la presidencia podrán imponer lo fundamental de su programa sectorial.
Durante los años de gobiernos del PT (2003-2015) los fundamentalistas y el agronegocio tuvieron momentos de acercamiento con las administraciones de Lula y Dilma. Hubo acuerdos políticos donde el progresismo asimiló en parte agendas de esos sectores a cambio de que le dieran gobernabilidad en el Congreso Nacional o apoyos electorales. Pero la relación en la fundamental fue tensa.
Con los temas caros al fundamentalismo evangélico lo que abrió las puertas del infierno fue la mencionada campaña presidencial Jose Serra por el PSDB en 2010. Serra movió todo el escenario político hacia el moralismo cínico donde el fundamentalismo hace oficina. Curiosamente ese candidato estuvo anteriormente identificado con el sector más progresista del PSDB…
Pero la política brasileña entró a un nuevo ciclo con la elección presidencial de octubre del 2014, cuando Dilma obtuvo su reelección, por un margen estrecho pero claro. El PSDB inició una jornada inédita bajo democracia. Primero acusó que hubo fraude, pidió reconteo de votos. En seguida, trató que la Justicia Electoral no entregue el certificado a la vencedora. Finalmente, ya bajo el gobierno se alió a Eduardo Cunha un político evangélico corrupto que capturó la presidencia de la Cámara de Diputados, para bloquear todas las iniciativas del gobierno en el legislativo y boicotear su gestión económica (mismo cuando el ministro Chicago Boy impulsaba una medida que también estaba en la agenda del PSDB).
Desde junio de 2013 movilizaciones que comenzaron con un tinte popular – contra el aumento de los pasajes en la ciudad de S.Paulo – degeneraron en poco tiempo y abiertamente en acciones masivas de la derecha, aguijoneadas por la prensa y los partidos de derecha liderados por el PSDB. Fue en ese caldo que ganaron destaque regional y nacional grupos de extrema derecha que venían siendo trabajados con recursos de fundaciones norteamericanas.
El empujón final del bolsonarismo vendría, sin embargo, de un sector que estaba políticamente sumergido – las Fuerzas Armadas. Mirando retrospectivamente podemos apuntar a los siguientes momentos que llevaron a ese cambio de postura política de los militares. Antes de la primera victoria de Lula, en 2002, Sergio Coutinho, un general brasileño en situación de retiro, publicó un pequeño libro con el título de “La revolución gramscista en Occidente. La concepción revolucionaria de Antonio Gramsci en los Cuadernos de la Cárcel” (4). La idea que atraviesa el libro es que el “comunismo” fue derrotado entre los años 1960 y 1990 en el Brasil y el mundo. Pero contrariamente a lo que creyeron los victoriosos, el peligro solo cambió de estrategia. Adoptó lo que ellos denominan “gramscismo”. Coutinho lee a Gramsci en clave de estrategia militar de seguridad nacional. Se da cuenta que la misma lucha que los militares brasileños habían dado en la “guerra de movimientos” anterior contra el comunismo internacional, estaba ahora ocurriendo en “trincheras” de una “guerra de posiciones” que ellos no habían percibido y que estaban perdiendo!
El “comunismo” en vez de asaltar al Estado estaba “tomando trincheras” en las aulas de las universidades y colegios secundarios; en la sexualidad y en las costumbres; en el relato de la historia nacional y en la construcción de una noción de pueblo ajena a la historiografia nacional-patriótica de la oligarquia; en el cuestionamiento al derecho a la propiedad privada que resulta de la acción de los movimientos de Sin Tierra y Sin Techo; en la afirmación de derechos de las mujeres, de la población afrodescendiente, de los sectores LGTBI y de los pueblos originarios que entran en conflicto con tradiciones cristianas y nacionales, entre otras “trincheras” en disputa.
Pero en toda la primera parte de los dos gobiernos Lula (2003-06, 2007-10) el presidente decidió no interferir en los temas militares. Fue solo en un segundo momento en que acciones de Lula hicieron sonar la alarma. Las dos primeras probablemente tuvieron que ver con cuando desde el gobierno se promovió una total renovación del pensamiento militar brasileño con la aprobación de una nueva Estrategia Nacional de Defensa, Política Nacional de Defensa y Libro Blanco de Defensa (2008) en un contexto en que el Brasil estaba empeñado en contruir el Consejo de Defensa de UNASUR y sus herramientas – una escuela, una doctrina, una estrategia – para los doce países que la componían sin la presencia de los Estados Unidos, a la par que el ejecutivo federal lanzó el Programa Nacional de Derechos Humanos (2009).
Esto coincide que la “vuelta” del imperialismo norteamericano a la región y la reaproximación entre militares brasileños y norteamericanos ya bajo el gobierno Obama. Es el momento en que los EEUU reaccionan a su pérdida de presencia hegemónica frente a China y Rusia. Es cuando salta a la luz pública el espionaje – denunciado por Snowden – contra el gobierno brasileño y Petrobras. Acompaña un aceleración de las acciones combinadas por policías federales, fiscales y jueces en EEUU y Brasil que resultarían en la operación “Lava Jato”.
Pero el cambio de actitud de los militares brasileños vendrá de forma definitiva cuando en su último año de gobierno Lula aprueba la ley de verdad histórica (2010) y al comienzo de su gobierno Dilma instala la Comisión de la Verdad que va a generar informes sobre las violaciones de derechos humanos en tiempos de la dictadura. Es entonces, cuando los militares perciben que el “comunismo” estaba a punto de tomar “la última trinchera” que le faltaba, la legitimidad de las Fuerzas Armadas. En abierta desobediencia a la jerarquía, hubo voces de militares de alta patente que cuestionaron la acción de la Comisión y defendieron el legado de los gobiernos militares. Bolsonaro – un diputado de segunda linea y de baja capacidad discursiva – se hizo notar entonces con un estridente discurso de ataque a la política de derechos humanos del gobierno y de defensa de los torturadores militares.
Este “gramscismo” de la extrema derecha es importante tener en cuenta porque ayuda a explicar la amplitud de la ofensiva que se dispone a realizar. No se trata apenas de tomar la presidencia y tener una mayoría parlamentaria para aprobar leyes e implementar políticas sintonizadas con tal o cual agenda materia económica, social o política. El bolsonarismo se propone luchar en todas aquellas “trincheras” contra un “enemigo” que dentro del país es parte de una conspiración mundial contra la civilización occidental y cristiana de la que Brasil es parte y guardián.
No por ridícula la fórmula es menos potente en la coyuntura brasilera. Tiene ecos evidentes de los años de auge de la guerra fria en nuestra región – los 60 y 70 del siglo pasado – aunque todavía le faltan piezas en su rompecabezas. Quién sería el enemigo internacional, ese comunismo internacional redivivo en pleno siglo XXI?, una vez que la URSS se acabó en 1991, y que el Partido Comunista Chino lidera el polo más dinámico de la economía capitalista internacional y el país que es el principal socio comercial y económico do Brasil. Respuesta: El Foro de São Paulo!, sería su reencarnación… ya que desde sus orígenes en 1990 hasta los años 2000 tanto Fidel Castro como Lula cumplieron papel decisivo en su conducción, es decir, les permite – contra toda evidencia – proyectar una continuidad de la guerra fría y tácticas de “guerra de movimientos” a los tiempos actuales de disputas electorales de gobiernos que serían batallas de una “guerra de posiciones”, pero en el fondo, de la misma confrontación entre el comunismo internacional y civilización occidental y cristiana.
Esa lectura “gramscista” les hace dar una primacía inusitada a la Escuela de Frankfurt y a un cierto “marxismo cultural” que serían arietes con los que se conspira contra nuestra civilización. No por acaso el primer panel de la reciente Cúpula Conservadora de las Américas, organizada por Bolsonaro y realizada el 8 de diciembre de 2018 en Foz de Iguazú, Paraná (Brasil) fue dedicado a la “Cultura” y se inició con un video que trataba de organizar un relato comenzando por aquella escuela hace casi ya cien años.
También les lleva a dar un peso decisivo a lo que llaman “ideología de género” que consideran se trata uno de los principales combates que se traban ya que se orientaria a atacar a la familia cristiana – y no importa que ninguno de sus cultores siga sus supuestos valores, ya que es propio del moralismo la doble moral… Tienen especial ojeriza a todo lo “politicamente correcto” ya que despliegan usualmente un discurso homofóbico, machista, racista y xenófobo. Contrariamente al neoliberalismo de los años 1990, esta corriente se define como conservadora en materia de costumbres – contra la liberación de las mujeres y los derechos LGTBI. Y si aquél fue “globalista”, ésta recupera supuestas raíces nacionales – como el cristianismo fundamentalista!
En algunos casos países utiliza un postizo nacionalismo comercial para manipular electoralmente a los que trabajadores que quedaron desempleados por efecto de la globalización neoliberal – sin tocar para nada la esencia de esa estrategia, la libre circulación de capitales y sus lucros. En Brasil su superministro de Economia, Paulo Guedes, un Chicago (Old) Boy (estudió en los años 1970 junto con chilenos que sirvieron a la dictadura Pinochet), anunció apenas a los empresarios y en ambientes cerrados un programa neoliberal radical.
En el caso brasileño, Bolsonaro fue beneficiado por la cuchillada que sufrió por parte de un perturbado mental un mes antes de la primera vuelta electoral. Con eso justificó no presentarse a ningún debate. No necesitó responder ningún tema polémico, sino donde le placía, es decir, en sus redes sociales y chats multitudinarios con sus seguidores y sectores previamente detectados como influenciables. Así, la gente votó un proyecto ultra-neoliberal que no dijo su nombre ni sus metas y que apenas era expuesto en ambientes cerrados a empresarios y especuladores financieros, mientras al electorado apenas llegaban manipulaciones en torno a temas sobre corrupción, violencia urbana, “ideologia de género”, gays, etc.
La larga contramarcha “weberiana” de la izquierda brasileña
Max Weber es un autor que hace algun tiempo franqueó las puertas de la bibliografía de interés de las izquierdas. Pues hay una observación que ese autor hizo en comienzo del siglo XX en relación al socialismo alemán – entonces denominado “socialdemocracia”, antes de que ese nombre designara lo que es hasta hoy – que tiene interés para el estudio que aqui se hace. Weber afirmaba que los arrebatos revolucionarios de ese movimiento político amainarían caso se le permitiese ocupar espacios dentro del Estado alemán. Es que como reflejo de las leyes antisocialistas de finales del siglo anterior, aún había restricciones cuando él estaba escribiendo estas lineas en mediados de la primera década: “…el ardor revolucionario estaría realmente en grave peligro….Veríamos entonces que la Socialdemocracia nunca conquistaria permanentemente las ciudades o el Estado sino que, al contrario, el Estado controlaria al Partido Socialdemocrata…” (5)
La dictadura militar-civil que ocupó el Estado brasileño de 1964 a 1985 colocó fuera de la ley a las izquierdas y fuerzas progresistas. Cuando la lucha democrática creció a lo largo de los años 1970 va asumiendo cada vez más un carácter radical y social. Aliados pero no mezclados, demócratas “liberales” (cobijados en el MDB) y demócratas “sociales” (en el PT y otros partidos de izquierda y progresistas) disputaron la transición democrática cuando la crisis de la dictadura se hizo evidente. Ganaron los primeros en alianza con sectores conservadores que habían estado hasta la víspera en el bloque dictatorial. Eso marcó la transición hacia una democracia bastante controlada por las Fuerzas Armadas y algunas corporaciones estatales y restricciones a derechos democráticos en materia de comunicación de masas y de la función social de la propiedad. Pero el empuje de la lucha democrática social que fue impulsada por las fuerzas que crearon el PT (1980), la CUT (1983) y el MST (1985) y la reorganización de los partidos comunistas hasta entonces clandestinos impuso que en la misma transición los demócratas liberales aceptasen incluir algunos derechos sociales – apesar de la oposición de sectores conservadores (conocidos como el “centrão”) que urdieron la democracia “controlada”. En así que el Congreso Constituyente que sesionó entre 1986-88 fue retrógrado en unas materias y progresista en otros.
Desde el punto de vista estratégico de la izquierda marcó, sin embargo, un giro importante. Si hasta 1986 se planteaba una estrategia de “ruptura democrática” con una Asamblea Constituyente para superar la dictadura, la aprobación en 1988 de la nueva Constitución Federal, que el PT aceptó firmar pero explicitando críticas a sus partes retrógradas, implicó hacer la disputa por dentro de las instituciones recientemente creadas.
Lula candidato del PT perdió 3 elecciones (1989, 1994, 1998) antes de llegar a la presidencia en la puja del 2002. El PT venía de ganar gobiernos municipales de ciudades medianas y grandes y también de algunos gobiernos de Estados importantes. Pero la entrada al gobierno federal el 2003 fue también un salto de cantidad en calidad. No solo ahora eran centenares de militantes que deberían asumir responsabilidades como también deberían gestionar el Estado e impulsar la actualización de sus instituciones. Quien gobierna quiere gobernabilidad. Quiere aliados estables. Resultados. Y reelegir el proyecto. En el escenario brasileño eso llevó al PT a alianzas electorales y congresuales más allá del progresismo, con sectores de centro y centro-derecha, que aceptaron ir atrás de un programa de gobierno progresista sobre el cual, sin embargo, el PT iba haciendo concesiones aquí y allá a agendas de esos sectores retrógrados.
Desde que en la década de 1970 el Partido Comunista Italiano (PCI) discutió su estrategia de “compromiso histórico” para gobernar – lo que acabó no aconteciendo – el problema se había planteado. Y el cuestionamiento que en la época le hizo Norberto Bobbio a los intelectuales del PCI continua vigente hoy para quien piensa una estrategia de izquierda por dentro de las instituciones del Estado y no “contra” esas instituciones: “existe una teoria politica marxista?”, o dicho de otro modo, es posible ganar espacios institucionales a través de elecciones sin perder el objetivo revolucionario, la superación del capitalismo, cómo? (6)
A lo largo de los gobiernos petistas hubo un cambio de contexto político general. Como se dijo antes, parece claro que el imperialismo reaccionó frente a la gran crisis de 2008 y su perdida de espacios hegemónicos frente a China con una redoblada estrategia agresiva. El gobierno progresista brasileño, sin embargo, no hizo cambios significativos. Buena parte de las medidas judiciales y policiales que fueron usadas contra sus dirigentes fueron fruto de iniciativas legislativas o administrativas de áreas de su gobierno. Varias incluso en articulación con contrapartes de los EEUU y las nuevas doctrinas para el combate a la corrupción en la política, el crimen organizado, el lavado de dinero, el terrorismo, etc. Creyendo construir instituciones republicanas se estaba construyendo el cerco a su gestión, los prolegómenos del golpe de estado de 2016.
El compromiso con las instituciones fue tal que cuando esas fueron manipuladas, las fuerzas progresistas no fueron capaces de reaccionar. El golpe de estado fue realizado abastardando las “reglas del juego” que habían sido legitimadas por cuatro elecciones presidenciales victoriosos y las respectivas administraciones que le siguieron.
Pero la última fue interrumpida. Las fuerzas complotadas habían instaurado un estado de excepción dentro del estado de normalidad democrática. Usaron leyes aprobados con apoyo de gobiernos del PT. Jueces indicados por ese partido. Medios de comunicación de masas financiados por la publicidad oficial administrada por ese partido. Manipularon casos de corrupción vinculados al financiamiento de toda la política brasileña para que pareciera que era un “mecanismo” (como quedó consagrado en serie de Netflix) inventado por el PT y de su uso exclusivo.
Si Kautsky en los debates estratégicos de la socialdemocracia alemana en comienzos de siglo previa un “cerco” al poder burgués por parte del partido del proletariado (7), lo que hubo en Brasil fue su recíproca. Un cerco de fuerzas conservadoras y reaccionarias a la presidencia petista.
Otro tanto ocurrió en el terreno económico. La crisis capitalista internacional del 2008 fue subestimada por el gobierno del PT. Impulsó medidas contracíclicas que parecían dar resultado y en breve se volvió al crecimiento. Pero las contradicciones fueron acumulándose. Hacia el 2012-3 ya era evidente que había algo parecido a una “huelga de inversiones privadas”, que fue la respuesta de la burguesia a las bajas tasas de lucro (8). Desde entonces el gobierno Dilma hizo gigantescos esfuerzos fiscales para tratar que las inversiones y el crecimiento volvieran. Se caminó hacia una estagnación. Todavía em octubre del 2014 el país vivía su más baja tasa de desempleo de la historia registrada por estadísticas. La decisión trágica fue el giro de la política económica – que era una concesión al chantaje del gran capital – impulsado al comienzo del segundo gobierno Dilma por un ministro que dicho sea de paso vuelve ahora como alto funcionario del gobierno Bolsonaro (presidente del banco de fomento BNDES) (9).
En 2005 el PSDB dudó en promover la destitución del presidente Lula que estuvo atacado por un caso de corrupción conocido como “Mensalão” porque según confesó Fernando Henrique Cardoso tenían miedo de cuál sería la reacción popular. En el 2016 no era necesario tener miedo porque la política económica del 2015 había desconectado a la mayoría que le eligió de la gestión de la presidenta Dilma y los sectores clase media aguijoneados por fuerzas reaccionarias habían tomado las calles con manifestaciones masivas contra el PT.
Papel clave tuvo también el destino de las así denominadas “clases medias”. Fueron airete contra el PT. Sensibles al discurso y a la doble moral anticorrupción, fueron el centro dimanador del antipetismo. Se prestaron al papel en medio a una crisis de identidad por la llegada de grandes contingentes de trabajadores que gracias a las políticas de los gobiernos petistas estaban accediendo al consumo típico de clase media (10).
Para ampliar el problema los gobiernos petistas en determinado momento adoptaron como relato el horizonte de la transformación de Brasil en una “sociedad de classes medias”, que ya estaría en curso (11). El sujeto político de la transformación se disolvió en una multitud de consumidores deseosos por créditos baratos y ventas a plazos. Así se cultivó no solo el malestar de las antiguas clases medias, sino también de aquellos que sin serlo, se veían en cuanto tales. Las pesquisas de opinión pública hacia 2013-14 daban cuenta de la aparición de nuevas contradicciones en el seno del pueblo, tal que beneficiarios de algunas política sociales eran críticos de los beneficiarios de otras – siempre con la idea de que cada uno debía su ascenso social a su esfuerzo y a Dios, mientras que había muchos “aprovechadores” del dinero del Estado.
Desafios estratégicos latinoamericanos
El debate estratégico de las izquierdas revolucionarias en el siglo XX osciló entre insurrecciones (el caso ruso), guerra popular prolongada (la via china y vietnamita) y la guerra de guerrillas (los ejemplos cubano y nicaraguense). Las experiencias electorales de la socialdemocracia europea no calificaron en ese debate porque renunciaron a superar el capitalismo económico y el liberalismo político.
Las experiencias electorales de izquierda en América Latina no fueron objeto de un debate estratégico. El caso que fue más lejos fue Chile en 1970-73, donde una coalición, la Unidad Popular, ganó la elección presidencial y continuó aumentando su caudal electoral después, con un programa de vía chilena al socialismo. La tragedia chilena de 1973 bloqueo una discusión mas en profundidad de la estrategia seguida y por seguir. Cuando se desató la crisis económica-política en 1972-73, aguijoneada por la presión del imperialismo norteamericano y las oligarquías locales que manipulaban a los sectores medios de la sociedad, Allende habría propuesto darle una salida democrática a la situación, convocando al pueblo para que decidiera sobre su continuidad o no. Los golpistas se anticiparon por el obvio miedo de que Allende podría salir fortalecido de esa consulta (12).
Hubo grosso modo dos interpretaciones de la derrota y ambas limitaron el legado allendista. La que hizo el eurocomunismo que finalmente apuntó a seguir el mismo camino que la socialdemocracia europea (13). La que hicieron fuerzas revolucionarias de que la crisis debió haberse resuelto con una salida por alguna de las tres vías estratégicas antes mencionadas. Ambas interpretaciones en verdad refuerzan el impasse.
En la reciente oleada progresista que desde 2015 está en cuestión, han habido aprendizajes importantes que tampoco han sido materia de sistematización (14).
En buena parte del debate de balance crítico de la experiencia de los gobiernos petistas se discute que no se decidieron a hacer los cambios estructurales que superasen el capitalismo periférico – con sus componentes dependiente, rentista, extractivista, concentrador de la riqueza e ingresos, etc. Pero de lo que se trata es que no han se ha avanzado en la forma estado capaz de expresar politicamente la disputa de poder entre proyectos.
Frente a la crisis política provocada por las multitudinarias manifestaciones de junio del 2013 la presidenta Dilma respondió correctamente con una propuesta de abrir un proceso constituyente para una reforma del sistema político. Quien encabezó la oposición a la propuesta fue su vicepresidente, el mismo que en 2016 lideró el golpe. En 2014 el gobierno Dilma aprobó por decreto presidencial el sistema de consultas populares en la forma de Conferencias Sectoriales, instancias que ya existian pero no estaban articuladas. Las fuerzas de centro y centro derecha en el congreso – incluso las que participaban del gobierno – reaccionaron con la misma ferocidad que si se hubiera aprobado un régimen soviético.
Solo muy marginalmente la oleada progresista afectó la estructura del estado (15) y aún las formas de hacer política. Las estrechas relaciones entre democracia y socialismo están en el origen de la tradición democrática fundada por la revolución francesa y en las que le siguieron en el siglo XIX (16). La derrota de la revolución alemana de 1918-19 a manos de la derecha socialdemócrata (17) aliada a la extrema derecha impidió que la cuestión se colocara en un país de “Occidente”, quedando las revoluciones circunscriptas a “Oriente” (para usar los términos gramscianos).
Las experiencias políticas de las fuerzas de izquierda y progresistas en función de gobierno que se han desarrollado en América Latina desde la victoria de la candidatura presidencial de Hugo Chávez em finales de 1998 son un laboratorio importante para volver a esos debates estratégicos.
Las claves hay que buscarlas en las vías de construcción de hegemonias políticas y en las transformaciones de la forma estatal característica del liberalismo, para formar mayorías capaces de defender un proyecto transformador de las estructuras económico-sociales y desarrollar instrumentos de democracia directa capaces de representar una superación dialéctica de las instituciones pensadas con una matriz liberal. En ambas materias las experiencias han enfrentado impasses y frustraciones. Pero la materia prima fundamental está disponible, un pueblo que ha disfrutado de mejores condiciones de vida y trabajo desde que se tiene memoria. Dispuesto a defender conquista y resistir a las agresiones de la derecha.
La democracia ha sido una conquista de las luchas obreras y populares. Frente a su empuje el liberalismo, la burguesia y el imperialismo han hecho concesiones – como la ampliación del derecho al voto – pero también le han puesto límites y trabas al ejercicio de la soberanía popular. Para reatar los lazos entre democracia y socialismo al disputar por dentro de las instituciones del estado hace falta retomar la estrategia de las revoluciones democráticas como era a lo que apuntaba Salvador Allende. Hay que volver a los debates interrumpidos en el siglo XX y actualizarlos con las experiencias recientes de la oleada progresista latinoamericana.
Notas
(1) Economista paraguayo residente en Brasil. (PD. Este texto fue redactado en finales de diciembre 2018, antes de la asunción de Bolsonaro a la presidencia del Brasil.)
(2) Guimarães, J. (2018) “Da resistência à luta pela refundação democrática do Brasil”in: Revista Democracia Socialista. Número 7. São Paulo. Disponible enhttp://democraciasocialista.org.br/wp-content/uploads/2018/09/revista7-web.pdf(PD. También el programa de la candidatura Lula prevía revetir las medidas antiobreras y antinacionales del gobierno Temer)
(3) Ver Velasco, S., A.Kaysel e G. Codas (org.) (2015) Direita, volver! O retorno da direita e o ciclo político brasileiro.São Paulo: Fund. Perseu Abramo. Disponible enhttps://fpabramo.org.br/publicacoes/estante/direita-volver/
(4) Coutinho, S. (2002).Revolução gramcista em Ocidente.Rio de Janeiro: Ed. Estandarte. Versión disponible enhttp://politicaedireito.org/br/wp-content/uploads/2017/02/Sergio-Augusto-de-Avellar-Coutinho-A-revolucao-gramscista-no-Ocidente-1.pdf
(5) Este pasaje está tanto en Mayer, J.P. (1985) Max Weber e a política alemã. Brasilia, 1985: Ed. UnB , pág. 51 (ed.cast. 1966. Madrid : Instituto de Estudios Políticos) como en Negt, O. (1984). “El Engels tardio y la fundamentacion de la teoria marxista de la revolucion”.In: RevistaCrítica de la Economía Política – Edición Latinoamericana. Número 20. Ciudad de México. Interesante notar que Weber hace esa observación antes que Rosa Luxemburgo, Lenin o Trotsky advirtieran ese grado de adaptación y submisión del socialismo alemán al estado alemán.
(6) Para ese debate ver AA.VV. (1977). El marxismo y el Estado.Barcelona: Ed. Avance.
(7) Kautsky, K. (1910) El camino del poder. Disponible en:https://www.marxists.org/espanol/kautsky/1909/1909-caminopoder-kautsky.pdf
(8) Ver análisis en Prado, E. (2014). O mau humor do “mercado”. Disponible enhttps://eleuterioprado.blog/2014/04/17/o-mau-humor-do-mercado/
(9) Para una visión crítica de esa decisión de Dilma desde un punto de vista marxista, de quien fuera alto funcionario del área ecoómica en los gobiernos petistas, ver Augustin, A. (2016) “Os fatos são teimosos”, en RevistaDemocracia Socialista,Número 4, Diciembre. Disponible en http://democraciasocialista.org.br/wp-content/uploads/2016/12/Revista-DS4-web-2.pdf.
(10) Ver los comentarios sobre el tema de las clases medias en los procesos de transformación que hizo el dirigente de izquierda filipino Walden Bello, partiendo del caso chileno en 1972-3, en este discurso de 2008 al recibir un premio por su trabajo como investigador social http://www.sinpermiso.info/textos/desafos-y-dilemas-del-intelectual-pblico
(11) Para una crítica del uso del concepto de clases medias para el fenómeno que estaba en curso bajo gobiernos del PT ver Pochmann, M. (2014) O mito da grande classe média: capitalismo e estrutura social.São Paulo: Boitempo, 2014.
(12) Hay un cierto paralelo con la decisión del presidente Nicolás Maduro de convocar en 2017 elecciones para una Asamblea Constituyente para que el pueblo, a través de sus diputados constituyentes, decida el rumbo que debería tomar Venezuela. Fue una respuesta a un escenario político que anunciaba una guerra civil con intervencion extranjera , fruto de la confrontación interna por parte de la derecha violenta, las presiones económicas y pollíticas externas del imperialismo norteamericano y las dificultades de la gestión económica del gobierno.
(13) Mandel, E. (1978) Crítica del eurocomunismo.Barcelona: Ed. Fontamara. Ver especialmente el capítulo IX “Estrategia del eurocomunismo” sobre los límites del pensamiento de Kautsky y su repetición eurocomunista.
(14) Inventarios de conquistas, de derrotas y-o desvios supuestos o reales hay muchos, pero con esa contabilidad no se construye aún pensamiento estratégico. Entre las pocas iniciativas de sistematización está la obra de Alvaro García Linera, que como vicepresidente se mantiene con un perfil de intelectual con pensamiento (auto)crítico. Ver, por ejemplo, Linera, A.G. (2016)¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias? Disponible en https://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/fin_de_ciclo-2.pdfEn igual sentido ver también el libro de Klachko, P. y K. Arkonada (2017) Desde abajo, desde arriba. De la resistencia a los gobiernos populares: escenarios y horizontes del cambio de epoca en America Latina.Buenos Aires: Prometeo. Disponible enhttp://minci.gob.ve/wp-content/uploads/2018/07/Desde-abajo-desde-arriba-baja-.pdf
(15) El ensayo más osado fue la aprobación de la Comunas como parte de la estructura estatal en Venezuela. Pero la verdad es que nunca tuvieron plenos poderes, siquiera a nivel local.
(16) Rosenberg, A. (1981). Democracia y socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años 1789-1937. México: Cuadernos Pasado y Presente.
(17) Haffner, S. (2005) La revolución alemana de 1918-1919.Madrid: Inédita editores. Disponible enhttp://lib1.org/_ads/AF40CC282898A4DF59B8512BE93C1307
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